A MIS AMIGOS LOS CABALLOS
Muchas veces uno se pregunta, ¿por qué el público repleta un hipódromo cuando corte el campeón? ¿Por qué los nervios, antes de un gran clásico? ¿Por qué se vive el mágico momento de la victoria cuando ese campeón, que a veces ni devuelve la plata, cruza victorioso la meta? ¿Por qué el coro de toda la tribuna confundida muchas veces en un solo grito? ¿Por qué la euforia?
Creo que la repuesta la da el impacto que el caballo de carrera despierta en el aficionado. Aquella identificación que el pura sangre con toda su nobleza, consigue con el público que lo va a ver correr.
Con aquel público que puede ir al hipódromo a jugarse unos boletos y que termina gritando al campeón y a su jinete como si fuera el dueño, y que se convierte en el supremo juez que otorga justamente el espaldarazo que el campeón necesita. Que lo hace popular, que lo llega inclusive a inmortalizar. Porque la hípica, y lo pienso sinceramente, tiene verdad, contra lo que muchos piensan.
Los caballos son honestos y la carrera es la que finalmente decide todo. En ella, el caballo "dice" su verdad. Si es bueno o es malo, si es luchador o cobarde, si llega o no a la distancia, si el entrenamiento que le dieron era bueno o le hizo mal. En la carrera, el que manda al final es el caballo. Y entre ellos, los que hacen la hípica son los escogidos.
Ellos son los cracks y por ellos es que gira todo ese inmenso aparato mundial que son las carreras de caballos. Carreras de caballos muchas veces
mediatizadas o mal entendidas, muchas veces confundidas con el simple juego de azar, que necesariamente no lo son. Por que por encima del juego -y no voy a entrar aquí a discurrir toda la consecuencia económica y social que genera la hípica- está la afición.
Y si no que lo digan muchas viejas caras conocídas que las veo desde que era niño y que siguen en el hipódromo con las mismas ganas que el primer día. Y si no que lo digan -algún día lo harán-aquelos que partieron antes que nosotros y que nos siguen mirando desde el cielo.
Porque la hípica bien entendida, como la hemos querido siempre, es la afición del propietario que arriesga muchísimo más de lo que puede ganar por tener al crack esperado; es el esfuerzo del criador que día a día genera una simiente que con el correr de los años da sus frutos a costa de enormes inversiones que muchas veces no dan los resultados esperados; es el desvelo del preparador que tiene que conocer a su caballo quizás más que a sus hijos; es la habilidad del jinete que conduce a todo el esfuerzo diario con el caballo, a la gloria del triunfo; es el trabajo silencioso del vareador que muchas veces llora de hombría cuando se le muere su caballo; es el aficionado que vibra en una tarde de carreras y es además, el conjunto de autoridades, lo que se llama Jockey Club, que encauzan esta tremencla actividad.
Es al final la unión de todos, por el caballo de carrera. Y si se quiere, porque todos buscan el ideal, por el gran caballo de carrera.
Por: ROBALCA